
¿Se ha preguntado usted cómo se creó el primer ordenador? Pues en junio de 1822, hace 200 años ni más ni menos, Charles Babbage diseñó un ingenio de ruedas y engranajes para calcular polinomios, logaritmos y otras funciones que solo interesan a los científicos, pero que sustentan nuestros smartphones día y noche.
Y aunque el gobierno británico le dio a Charles unos 2000€ de aquella época, él no logró construir su prototipo. El diseño era sólido, pero la técnica metalúrgica no estaba tan avanzada como su imaginación, y no hubo forma de doblegar el metal a la voluntad de sus ideas.
¿Se rindió Charles? Pues ni sí ni no, sino todo lo contrario. Con los años, diseñó otros prototipos más avanzados lógicamente hablando, pero más modestos en lo que a artesanía se refiere. Esos sí se fabricaron.
Pero antes de que esos ordenadores se construyeran, cuando la máquina solo existía en el papel de la imaginación, una joven aristócrata supo ver más lejos. Se llamaba Ada Lovelace y era hija de un tal Lord Byron. En 1843, Ada no solo notó que aquel artefacto podría efectuar operaciones matemáticas básicas, sino que combinó esas operaciones en complejas rutinas. Creó así el primer algoritmo de la historia, y hoy se la considera la primera programadora del mundo.
Entonces, ¿importa mucho si el primer ordenador funcionaba o no, si después se construyeron máquinas más potentes y programas más complejos? Pues mire, a mí ya me ha entrado la curiosidad, y también le entró al equipo del Museo de Ciencias de Londres, que entre 1995 y 2002 construyó el dichoso primer ordenador.
¿Y funcionaba? Pues ni sí ni no, sino todo lo contrario. El diseño contenía algunos fallos menores que se arreglaron en el acto. Puede ser que Charles Babbage fuera un genio paranoico y que introdujera los defectos para evitar plagios. O puede ser que, como tantas cosas en la vida y en la ciencia, solo hiciera falta construir el ordenador para ver si funcionaba.