Cápsulas de Armonía (2ª parte)

1ª parte en este enlace

Piqsels

Nunca había tomado M, pero lo que me habían dado debía de caerle cerca. Revisé mis pasos aquella noche. Me parecía imposible que Ramón me hubiera colado una pastilla en la tónica mientras Luis me pasaba la copa. Había sido mi querido becario el que había aderezado mi bebida. 

No concebía los motivos de Luis hasta que reparé en Ramón, que observaba mi pantalla con más concentración que con la que yo miraba las probetas.

La información que le había dado a Ramón, que probablemente incluía la contraseña de mi ordenador, era suficiente como para robarme todo el proyecto. Lo que no entendía era adónde se llevaría Luis algo tan ilegal. 

Me fijé entonces en los brazos esculpidos de Ramón, ahora disimulados por su camisa. No habría necesidad de trasladar el proyecto si la profesora titular moría víctima de uno de sus propios mejunjes y si Luis borraba las cintas de seguridad como todos los sábados. Mi plaza quedaría libre treinta años antes de lo esperado. Solo me consolaba pensar que Luis todavía cobraría un sueldo de camarero hasta que la Universidad acabara con todo el papeleo.

Ramón estaba detrás de mí y encima de mí. Le sobraría tiempo y espacio para detener cualquiera de mis ataques. Las jeringuillas cargadas de somníferos que había preparado para este tipo de emergencias estaban en la zona de los análisis, donde siempre había mantenido a mis sujetos. La Armonía me había protegido hasta ahora de sus agresiones, pero ahora no había ni Armonía en sus venas ni una jeringuilla a mi alcance.

―Pero vamos ―le dije a Ramón levantándome―, que esto no tiene valor alguno.

―Espera ―dijo él poniéndome una firme mano sobre el hombro y obligándome a sentarme otra vez―. Cuéntame, que me entretiene.

Tampoco me iba a dar tiempo a sacar el móvil del bolsillo y llamar al 112.

Ya sin palabras, bloqueé el ordenador y dejé rodar la silla hacia un lado, preparándome para una carrera que terminó cuando mi rodilla chocó con el asa metálica de un cajón y yo me fui de boca contra el suelo. Ramón se agachó para sostenerme por los hombros.

Mi fantasía era morir en una explosión de laboratorio que arrasara un par de manzanas, o al menos acribillada por isótopos radiactivos como Marie Curie, pero iba a hacerlo engañada por mis propios trucos y pegándomela contra los cajones de mi escritorio.

Ramón me agarró con fuerza, pero solo la necesaria para levantarme. La mejor idea que se me ocurrió fue la de declarar un empate técnico, despejar mi escritorio de carpetas y empotrarnos la una al otro contra el tablero. Ya ni me importaba estar drogada, no hasta que me di cuenta de que la droga estaba pensando por mí.

Cuando mi voluntad ganó la batalla química por mi consciencia, marché sin correr hacia el laboratorio, dejando que Ramón pisara mi sombra.

No me daría tiempo a sacar una jeringuilla del cajón, no sin preliminares.

―¿Te cuento un secreto que no saben ni los del CNI? ―le pregunté.

―Si quieres.

Aquel tono de corderito no me iba a engatusar cuando la carne de lobo ya le asomaba como a mi jefa de departamento las lorzas por encima del bikini.

―Las concentraciones de psilocina no son fáciles de medir.  

Envolví con mis dedos el asa del cajón y lo deslicé al ritmo de mis palabras para cubrir el siseo.

―Agarra ese tubo. Ahora acércatelo mucho a los ojos, hasta que tengas que ponerte bizco. Ahí.

Palpé en busca de la jeringuilla, pinchándome para comprobar que una aguja me esperaba al otro lado.

―¿Ves tu reflejo?

Dije aquella frase mientras le clavaba la aguja en el cuello y presionaba hasta hundirle el somnífero en lo más hondo de sus tejidos.

―Pues ya no lo ves, cabrón. De aquí a seis horas lo vas a ver todo negro.  

Ramón me miró con sorpresa, terror y hasta quizás algo de tristeza. Cayó contra la encimera y su cara se deslizó sobre la puerta del armario hasta el suelo.

La cabeza me funcionaba otra vez, pero todavía tenía que lidiar con el cuerpo, y quizá Luis estaba ya de camino. Lo mejor sería avisar a la policía.

Pensé en alegar que Ramón había intentado propasarse y en un momento de pánico yo le había clavado la jeringuilla. Él no se atrevería a alegar en mi contra después de haberme drogado. Luis tampoco podría exponerse. Después de todo, él era quien drogaba a los sujetos. Ahora tocaba dar gracias a la Universidad por poder echarlo sin más explicación.

Agarré el teléfono, que vibraba con una llamada de Luis. Me aseguré de activar la grabación de audio antes de descolgar.

―Llamada de control ―dijo.

―Todo bien.

―Pues si está todo hecho, me voy a dormir.

―Que sepas que tu socio no va a acabar el trabajo ―le dije.  

―Muy tarde es para el rollo pasivo-agresivo, ¿eh? Si te hace falta algo, me lo pides.

―Tu otro socio.

―¿Emiliano el del bar?

―No, el que está inconsciente aquí en el suelo. La próxima vez que me drogues, ponme una dosis más grande.  

―¿Qué dices? Si he estado yo bebiendo de tu botella.

En un flashback nítido recordé como Luis se había servido de mi botella tras ponerme la copa.

―Anda, espérate, que voy para allá ―me dijo.

―No vengas, que llamo a la policía. ¿Estás seguro de que has mezclado las bebidas bien?

―Haz la analítica y me llamas otra vez, anda.

Me fui derecha a la muestra que le había sacado a Ramón. El suero de su sangre ya había hecho reacción: más positivo en Armonía que una colección de libros de autoayuda.

Saqué un vaso de plástico y lo llené allí mismo para analizar mi orina. Pero después del bajón que me dio al ver a Ramón a mis pies, ya podía imaginarme el resultado.

Él era la primera persona que había conservado una actitud positiva sin dejarse llevar por la típica iluminación de los psicodélicos. Ahora quedaba replicar el resultado en otros pacientes; eso, y lidiar con Ramón al cabo de 6 horas.

Puede que, si se lo explicaba todo o fingía un ataque de pánico inducido por la pasión, consiguiera evitar una denuncia. Aunque ya me podía olvidar de una segunda cita.

Me di cuenta entonces de que su nombre contenía las cinco primeras letras de la palabra armonía. Maldije la ocurrencia tardía. Me di cuenta de que no había matado mi amor por la química, solo la química de un amor.

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